Es sorprendente el constatar que en nuestras venas la sangre fluye con el mismo porcentaje de sal que en el océano; tenemos sal en nuestro sudor y en nuestras lágrimas; nuestra piel es suave como la de un delfín; nuestros dedos están ligeramente palmeados; flotamos y somos hidrodinámicos; y estamos cubiertos por una fina capa de grasa subcutánea. Incluso tenemos la capacidad, al igual que cualquier mamífero marino, de aminorar el ritmo de nuestro corazón para descender a grandes profundidades.