Jedi del surf

A Tito lo conocí en el año 2001 aproximadamente. Yo estaba estudiando en Coruña y ya me había peleado alguna que otra vez con resinas y horas de lijado a mano para reparaciones pequeñas. Por supuesto, malas reparaciones a base de ensayo/error en las que siempre salía algún poro y en las que siempre me dolían los dedos durante toda la semana de darle a la lija.

En este caso se trataba de una reparación más grande con la que yo no me atrevía y debía de ser una reparación rápida.  Un amigo de Vigo, Óscar, me habló de un tal Tito, que tenía el taller en Adelaida Muro y que me pasase por allí. 

Fui hasta allí con la tabla y llegué a la famosa puerta metálica.  Estaba cerrada y no había nadie dentro. Sólo la palabra “Titaniuss” y un teléfono escrito con un rotulador negro. Parecía que aquello estaba escrito hasta con desgana. Llamé al número y contestó un “Ey” o “Eh” seco. Ese para mí fue el comienzo con Tito.

-Hola, estoy aquí delante de la puerta de un garaje, es que me hablaron de ti para arreglar una tabla…

-Espera que bajo ahora. Y colgó.

No sabía muy bien qué era lo que podía pasar.  Pensé, ¿de dónde baja este hombre? Me quedé allí, de pie, esperando y no pasaba nada. 

De repente, veo venir a alguien en una bicicleta pequeña, como de paseo, pedaleando muy rápido. Frena delante de mí en seco y ahí estaba él. Gafas, ojos saltones mirándome fijamente y encorvado, siempre encorvado.

Creo recordar que una de las primeras cosas que me dijo fue que de dónde era, de una manera bastante seca. 

Ya no me miraba, estaba abriendo la puerta del taller. Le dije que de Ferrol. Su respuesta fue: “¿Qué pasa, no hay nadie que repare tablas de surf en Ferrol?”. Le respondí algo como que yo en ese momento claramente no estaba en Ferrol y que me habían hablado muy bien de él. Juraría, viéndolo ahora en perspectiva, que eso le gustó, aunque no cambió demasiado su actitud hacia mí. 

Recuerdo el olor a resina por todas partes, todas las tablas, los trajes, las fundas etc… Era un sitio genial para alguien que estaba flipando con el surf de aquella como yo. Había una atmosfera acogedora en ese lugar que hacía que el tiempo fuese más lento.

Me explicó exactamente cómo iba a hacer la reparación, lijar, fibra de vidrio, dos refuerzos en abanico que, para él, era lo mejor para que no volviese a flejar. De hecho, me aseguró que nunca partiría ni volvería a flejar por ahí, quizás más adelante o quizás más atrás, pero nunca por allí.  Volver a lijar un poco… 

Cuando vio que me interesaba el tema y que tenía muchas preguntas sobre el proceso, enseguida se ofreció a enseñarme lo que quisiese. Dónde comprar el material y cómo hacer las cosas.

Creo que conectamos, sin más. 

Le pregunté si quería que le dejase las quillas o si me las llevaba y me medio echó una bronca, porque no eran quillas si no timones. Que en náutica las quillas no tienen nada que ver con los timones y que esos eran timones. Y que me los llevase porque luego no quería tonterías. No me dio un coscorrón, pero me sentí como si me lo hubiese dado. 

Más adelante hubo muchas idas y venidas con él. A lo largo de estos años, siempre que he tenido alguna reparación grande he ido hasta donde él. Debí de haber hecho el esfuerzo de ir hasta el taller cuando se ofreció a enseñarme. Es una pena, pero de aquella yo andaba a demasiadas cosas y no pudo ser. Hoy quizás me arrepiento un poco de no haberle dado más vueltas al asunto.

Tito para mí ha sido el eterno cabreado. Siempre cabreado pero a la vez siempre desprendido. Siempre cabreado pero siempre dispuesto a enseñar todos los trucos. Siempre cabreado pero siempre con un gran corazón por delante. 

Una vez le llevé una tabla parabólica partida. Fue muy gracioso porque lo primero que me dijo fue que tirase con eso. Mi cara debió de ser algo parecido a la del gato con botas. Ojos grandes y llorosos, pupilas enormes y brillantes; y todo lo que hace el gato con botas con esa mirada. Luego le expliqué que la tabla me iba muy bien y tal. Al momento cambió de parecer (igual por pena o igual por mi gran mirada de pena gatuna) y ya estaba analizando cómo hacer la reparación. Cortamos por aquí, cortamos por allá, unimos aquí, dos telas en abanico… Juraría que durante alguno de esos encuentros estaba Painter por allí. Conversaciones sobre cantos, tablas con volumen para coger muchas olas fácilmente, arcos parabólicos, baños, olas… Total, que aún tengo esa tabla reparada por él. 

Hace muchos años yo salía con una chica a la que no paraba de contarle cosas sobre un tal Tito. Que si Tito  se había ofrecido a enseñarme a hacer tablas de surf. Que si le llevo la tabla a Tito a reparar. Que aquí es donde es el taller de Tito...

Blanca, aquella chica con la que salía y que ahora es mi mujer, me recuerda que se imaginaba a Tito como un anciano maestro de kungfu. O una especie de maestro Yoda de la Guerra de las Galaxias por tantas y tantas veces que yo  le había hablado de él. 

También recuerda el choque mental de imaginarse todo aquello y luego ver a Tito por primera vez en su vida salir de su cuartito con las gafas y la máscara puesta, todo lleno de polvo, pero todo, todo. Sacudiéndose y llenándose de polvo de nuevo otra vez con todo el polvo que salía de sí mismo. Parar de sacudirse un momento, mirarla fijamente y decirle ese “eh” o “ey”.

Algo así siempre ha sido Tito realmente para mí. Entre un maestro de kungfu de las reparaciones o de tablas y un Jedi del surf, eternamente cabreado, rudo, con un gran corazón y siempre dispuesto. Un gran punky del surf tanto por su actitud y su carácter, como por su forma de vida. 

Libros del Océano